Del tamaño de una bolita de migajón extraída de un bolillo, llegaste a nosotros envuelto en una caja.
Improvisando tú hábitat en una caja de madera tapizada con césped seco, depositamos en ella la esperanza, de que tu vida fuera prospera, que el recuerdo de tu madre, de los tibios montes y el monstruo asesino de nombre Urbanización, pasaran al olvido.
Pero nada de lo que hicimos, ni la cálida cura, ni el mas fino pan dulce, ni las galletas de chocolate, ni el pecho en el que descansabas pudo hacer que nos vieras, ¡Oh!,querido salvaje, con tus ojos mas amables, tus orejas retraídas.
Mi compañero distante, el señor de los rincones y lo inaccesible; domador de las torpes manos.
Inmenso placer me causaba ver tu cabeza asomarse desde el sitio más oscuro, para luego esconderse y salir de nuevo detrás de mí.
Mas siempre te encontraba inmerso en tu soledad, sigiloso te espiaba.
Pude notar con tristeza como trepabas hasta el alfeizar, y a través de la ventana observabas, el cielo azul, el césped verde;
y tus ojos negros de canica relucían, con los destellos de sol que buscabas, brillaban en ellos la añoranza, la aventura y la brisa; en tus patas temblaba el deseo, de dar el brinco mas alto y llegar, a donde los brincos no se estrellan en la pared.
Un día que según mi familia fue de descuido, escapaste.
No fue ningún descuido, tu muy bien lo planeaste, fue mas bien, el día que elegiste.
Marchaste, a donde tu vista te guía, a donde el corazón te llama, a donde el instinto te lleva.
Ve, ve liebre, se libre, que tus instintos te dirijan, al lugar que elegiste.
Adiós.
(No te despediste, me duele; mas habría hecho yo lo mismo)
Adiós Cofilín,alma hermana
Etiquetas: EscritosPublicado por Santiago García en 6:26
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Diseño e iconos por N.Design Studio | A Blogger por Blog and Web
0 comentarios:
Publicar un comentario